sábado, 6 de octubre de 2007

Preparar un viaje: Hoja de excel, el imán del frigorífico y un juego de libretas (III de VI)

Nada tienen que ver los viajes de ahora con los viajes de antes. Aunque más bien, cabría decir que nada tienen que ver los equipajes de ahora con los equipajes de antes. A medida que se va aprendiendo a viajar, se va adquiriendo también sabiduría a la hora de organizar los equipajes y se consigue distinguir entre lo que es irse de vacaciones y hacer una mudanza.

Aunque algunos lo consideren imposible, teniendo en cuenta las espectaculares maletas y bolsos que se ven en los aeropuertos o estaciones ferroviarias, es posible largarse un mes de viaje con una mochila de apenas seis o siete kilos sobre las espaldas (salvo que nuestro destino sea un lugar realmente alejado de la civilización). Hay una sencilla premisa, que sin embargo no se llega a comprender hasta que una tiene cierta experiencia viajera: En el destino, normalmente, también se pueden comprar cosas si es que se necesitan.

Utilizo una regla bastante simple para hacer las mochilas: Pienso en lo que tengo que meter y cuando lo tengo decidido quito justamente la mitad. Recuerdo un viaje a Estambul en 1.997 en el que Alitalia nos perdió una de las mochilas. La desesperación fue tremenda y el disgusto inicial hizo que apenas disfrutáramos de nuestras primeras horas en Turquía. Reclamación en el aeropuerto, visita a la compañía aérea al día siguiente para pedir explicaciones…. Pero a medida que iban pasando las horas, nos dimos cuenta de nuestra suerte: 25 días viajamos por Turquía y Bulgaria con la mitad de peso y teniendo que comprar apenas cuatro o cinco cosas.

Y lo que ayudaría todavía más a reducir el paso de nuestros bultos es que alguien inventara el cargador universal. Nos ahorraría llevar el equipaje lleno de cables y plástico duro: El cargador del móvil, el de las pilas, el del mp3, el de la cámara digital… De tal forma que cuando los pones por la noche en el hotel, de tantas lucecitas, parece una feria.

Otra de las cosas que hemos aprendido con los años es que nuestra casa es un domicilio particular y no la oficina de turismo. La lógica diría que el equipaje debe pesar algo menos (si no se es de comprar muchos regalos) al final que al principio del viaje, pero ese no era nuestro caso. Fácilmente, tres o cuatro kilos de celulosa siempre nos acompañaban a la vuelta. Y no solo los planos o los folletos, sino cualquier papel que nos daban por la calle (fuera publicidad de un restaurante o de una peluquería) pasaba a formar parte de nuestro ajuar, incluidos hasta los papeles con oraciones de las iglesias. Y al llegar a casa, comenzaba el ceremonial de colocarlos por países y archivarlos meticulosamente, para en la limpieza del año siguiente (una vez diluidos los aromas del viaje) acabar el 90% de ellos (todos menos planos y folletos) en la basura.

Sin embargo y aún con el paso de los años, hay una manía que no hemos perdido: La de tirar cosas en el tramo final de los viajes. Mucha de la ropa y el calzado que tenemos viven en esos días sus últimos momentos.

Escrita el 27 de octubre de 2.006

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