sábado, 13 de octubre de 2007

No me gusta viajar en autocares en España y menos en Alsa (I de II)

El otro día tuve que ir a Madrid en autobús y nada más subir, caí en la cuenta de que hacía años que no tomaba este medio de transporte en territorio nacional (no así en el extranjero, donde lo utilizamos con bastante frecuencia). Por cierto, siempre a los vehículos colectivos de transporte entre ciudades se les llamó coches de línea o autocares y el término autobús quedaba reservado para los de recorridos en el interior del casco urbano. Pero la influencia del inglés ha empobrecido lo suficientemente nuestro idioma para que a todo le llamemos ahora sencillamente “bus”.

Menos más que allende los mares, en centro y Sudamérica, siguen aún manteniendo esa variada riqueza lingüística con términos tales como el colectivo, la guagua, el ómnibus y otros cuantos más, que hacen de esta palabra una de las que ofrecen mayor variedad en castellano.

Pero no era por cuestiones lingüísticas, por las que yo quería escribir sobre este tipo de transporte (y más concretamente sobre el Alsa, que fue el de la empresa que cogí), sino por algunas premoniciones que se cumplieron, algunas realidades que no acabé muy bien de entender y la constatación de que viajar en autocares en España, no han mejorado mucho durante los últimos años.

Aunque no siempre, las condiciones de los servicios de ferrocarril (en cuanto a modernidad, limpieza, puntualidad, infraestructuras…) suelen dar una idea bastante exacta del grado de evolución de un país; cuestión que no ocurre con los autobuses interurbanos, donde la comodidad, el trato y los servicios a bordo no están tan ligados al grado de desarrollo del territorio en cuestión. Así, no es difícil encontrar extraordinarios servicios de autobús en países en vías de desarrollo y otros más defcientes en países supuestamente avanzados.

El Alsa que nos condujo a la capital de España deja bastante que desear. A pesar de que ahora un empleado de amable voz forzada dé la bienvenida al pasaje a través del micrófono (a modo del comandante de los aviones, pero sin instrucciones de seguridad y sin indicar la hora de llegada o la temperatura en le destino), eso no parece más que una excusa para aprovechar la ocasión para indicar que no se puede comer absolutamente nada dentro del vehículo. ¡Menuda noticia, con el hambre que yo tenía, siendo las dos y media de la tarde y restando todavía casi dos horas y media de viaje por delante para llegar a nuestro destino!.

Y claro, no se les ocurre otro argumento para justificar tan impopular (y es posible que hasta anticonstitucional) decisión, que alegar cuestiones de higiene. ¡¡Que manera de llamar cerdos a los de la RENFE (en cuyos trenes se puede comer cuanto se quiera, también en segunda clase) a los de las compañías aéreas (incluidas las de bajo coste, que aunque pagues un céntimo por el billete te permiten zamparte tu bocadillito a bordo) e incluso a todos los ciudadanos de este país. ¿Quién no se ha zampado un tentempié mientras viaja en su propio coche?.

Pero es que también se están llamando guarros a ellos mismos, que en sus servicios Supra (20€ en lugar de los doce habituales para el trayecto Valladolid-Madrid) y tal como se cita textualmente en su web, ofrecen a bordo “Catering deliciosamente elaborado”.

Así que, teniendo en cuarenta todas estas variables, solo se me ocurren tres posibles conclusiones

1.- Que los señores y señoras usuarios del servicio Supra, además de más ricos, son también más higiénicos que el resto de los mortales.

2.- Que el catering deliciosamente elaborado no mancha y solo ensucian los bocatas de sardinas de la plebe.

3.- Por supuesto, la más improbable: Que los propietarios de Alsa pretendan ahorrarse los servicios de limpieza entre un viaje y otro y apliquen aquel viejo dicho de que el más limpio, es el que no mancha. ¡Creo que ese dicho lo inventó alguien al que le gustaba muy poquito limpiar!.

Escrita el 9 de octubre de 2.007

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