lunes, 15 de octubre de 2007

No me gusta viajar en autocares en España y menos en Alsa (II de II)

Al menos en Alsa y en ninguna otra compañía de autocares españoles cobran por depositar el equipaje en el portamaletas, tradición muy extendida en países como todos los de la antigua Yugoslavia, donde te obligan (hasta el día que te cansas y les mandas a la mierda) a entregar una cantidad aproximadamente equivalente a un euro por dejar los bultos –la mayoría de las veces por ti mismo y sin su ayuda- en el maletero.

Por lo demás, la vida viene a ser similar dentro de cualquier autobús del mundo. Una vez que subes, siempre las mismas y exasperantes rutinas, que empiezan por intentar descifrar los insondables misterios que entrañan las salidas individuales del aire acondicionado. Cada vez que monto en un autobús trato de descifrarlos, para terminar a los cinco minutos resignada y abatida, sin saber una vez más por qué el chorro sale con la intensidad que a él le da la gana y no con la que yo le propongo.

Después viene la polémica de la posición del asiento. No sé muy bien la inexplicable razón por la que tod@s las maniátic@s intransigentes me tocan a mi siempre en el asiento de atrás. Esa causa debe ser la misma que propicia que al niño que más llora y más molestias causa o al adulto al que le incomoda todo, siempre los tenga como muy lejos en un par de filas a la redonda. Eso por no hablar de cuando viajas sola y el baboso de turno trata de buscar cierto contacto físico, más allá del habitual de un compañero de asiento.

En cuanto al tema de la reclinación del asiento, creo que la próxima vez que viaje en autobús y con el fin de ahorrarme discusiones y malos ratos con este tipo de viajer@s, pegaré un papelito en el respaldo de mi asiento, traducido a cuatro o cinco idiomas, en el que ponga exactamente lo siguiente:

“Dado que el fabricante del vehículo ofrece la posibilidad de que mi asiento se recline hacia atrás y la empresa suministradora del servicio no ha eliminado esa opción, ruego encarecidamente que se abstenga de solicitarme (sea con educación o sin ella), que lo desplace hacia adelante, puesto que no tengo ni la más mínima intención de hacerlo.

Le ofrezco como posibles soluciones las siguientes (pareciéndome la segunda bastante razonable):

-Hablar con el fabricante o el prestador del servicio de transporte para que elimine está posibilidad.

-Recline usted también el asiento y se acabarán sus problemas de incomodidad, además de ahorrarnos una infructuosa polémica y malos rollos”.

Y después está el asunto del servicio. La obligación de tener que hacer nuestras necesidades (sean mayores o menores) será inversamente proporcional a la posibilidad real de poder hacerlas en el interior del vehículo y al número de paradas que el mismo haga.

De tal forma que si el autocar para poco, no hay servicio o está inhabilitado (generalmente a bastantes compañías les encanta habilitarlo como almacén), será entonces cuando más lo necesitemos.

Y para terminar, cada vez que subo a un autocar para hacer un recorrido de noche o de madrugada, rezó a los santos –aunque generalmente sin éxito- para que el conductor de turno no ponga el video o la radio a todo volumen.

Así que definitivamente me vuelvo al tren, donde además de poder comer, beber y mear, mis compañeros del asiento de atrás se muestran menos violentos y el chucu chucu me ayuda a dormir.

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