sábado, 10 de enero de 2009

Efectos beneficiosos y efectos secundarios a corto plazo, de los viajes largos

Después de las experiencias vividas y de la forma de sentirlas, creo que uno no se estrena como viajero, hasta que no hace un viaje largo. Los viajes cortos son sencillamente escapadas o vacaciones, en las que nunca llegas a desconectar del todo, sino que son una simple pausa en la actividad cotidiana, para volver a retornar a ella, antes casi de darse cuenta. Los periplos dilatados por el mundo, son viajar. El resto es, simplemente vacacionear (no entender el término en sentido peyorativo).


Y cuando viajas, ya no eres el mero espectador que somos, cada vez que vamos de vacaciones, porque llegas a tener conciencia de que este ha sido siempre tu modo de vida y que nada has hecho antes y nada harás después, de emprender el periplo. Llegas a pensar en definitiva, que es tu auténtica forma de vida y por eso, te resulta mucho más fácil integrarte en el entorno y conocerlo por dentro. Y el hecho de verlo de forma endógena, te permite ser más observador, disfrutar más y entender muchas más cosas, que cuando vas de vacaciones


Otra de las ventajas de los viajes largos, es que pierdes absolutamente todos los miedos, porque no puedes mantenerlos durante tanto tiempo y si así ocurre, lo más probable, es que acabes retornando a casa antes de tiempo. Uno no puede estar pensando durante varios meses, ni en la malaria, ni en atentados terroristas, ni si mañana vas a tener un accidente de tráfico o un atropello. Ni siquiera en lo que has dejado o vas a encontrar a la vuelta. Los viajes largos son un mundo en si mismos y un “y a pesar de todo, nosotros seguimos adelante, como si nada”. Nadie vuelve de un viaje largo tal como se marchó, sino que se retorna bastante cambiado. Para bien, para mal o simplemente, para distinto.


Otro de los efectos positivos de las aventuras viajeras prolongadas, viene dado porque aprendes a vivir y a viajar, sin la constante obsesión por planificar, que entraña toda vacación. Como sabes que es imposible planear donde vas a ir a lo largo de un año, te limitas a sacar un boleto de ida y ya en el sitio, piensas en cual será el destino siguiente (así nos ocurrió a nosotros cuando nos fuimos a Bangkok). Como mucho, se llevan planificadas una o dos etapas por delante, no más, porque con una buena guía, se puede ir preparando el itinerario y las visitas de un día para otro.


Aprendes que se puede vivir, comprando los billetes para cualquier destino el día antes y sin hacer ni una sola reserva, llegues a la hora que llegues. Y adquieres también la enseñanza –aunque esa nosotros, ya la teníamos-, de que nada pasa por quedarse una noche a dormir en un aeropuerto o una terminal de autobuses, siempre que tengamos la certeza de que son seguras, cosa que por ejemplo no ocurre en Sudamérica o Centroamérica, pero si en el Sudeste Asiático.


Porque además en los viajes largos, no es un contratiempo que el autobús del día siguiente este lleno, sino una oportunidad, que te hará pensar en nuevos planes, quizás mejor que los que tenías al principio (eso nos ocurrió bastantes veces, sobre todo en Asia). Y Te alivias, viendo y no estando en la piel de los que están de vacaciones, que viajan estresados, para cumplir su calendario de visitas y estar de vuelta en el aeropuerto, el día del vuelo de retorno.


Es curioso, pero nosotros que somos de viajar a buen ritmo, nos hemos cansado más manteniendo el mismo estilo, en un viaje de 12 días, que hicimos por Rumanía, los Balcanes y Albania, que en tres meses y medio por el sudeste asiático o en un mes más por América. Y aún al volver de ambos viajes, nos fuimos a Túnez, Marruecos y nos recorrimos más de 6.000 kilómetros por Turquía, en veinte días, durmiendo 6 noches en autobuses y una en un aeropuerto. Y llegamos a casa tan frescos, sin ninguna sensación de estrés o cansancio


Insistir en una idea que ya esbocé antes y que me parece importante. Los viajes largos te hacen desdramatizar las cosas y te libran, de esa tan absurda cualidad humana que tenemos, de recrearnos de nuestra mala suerte y en la desgracia. Porque terminas aprendiendo, que de lo que consideras un contratiempo, puede nacer una oportunidad y a la inversa. De nuestros problemas con el banco y las tarjetas de crédito los cibers de en Malasia, surgió la oportunidad de viajar a Filipinas, uno de los países en los que no habíamos pensado y que fue de los mejores del viaje.


Las largas travesías, casi siempre suelen estar ligadas a la carencia de ingresos, cosa que no ocurre con las vacaciones. En estas normalmente, se suele dilapidar bastante el dinero, porque al fin y al cabo, para esos están, para disfrutarlas. Pero en el otro caso no, te tienes que ceñir a un presupuesto predeterminado, que querrás estirar más y más, para dilatar la vuelta. Eso te hace adquirir muchas habilidades, en el coloquial arte de “buscarse la vida”, de tal forma que de un solo viaje largo, se aprende mucho más, que de todos los cortos sumados, a lo largo de una vida.


Y ya simplemente por estadística, en un viaje de por ejemplo un año, pues se conoce más gente y se disfrutan más experiencias interesantes, que en diez años de vacaciones. ¡Y además, todas juntas!.


De verdad os digo, a todos los que tenéis la misma pasión que yo por viajar, que hagáis lo imposible en vuestras vidas, por tener la ocasión de disfrutar, de un año sabático por el mundo. Porque solo cuando viváis esta experiencia, os daréis cuenta de que hasta entonces, no habías viajado. Tantos australianos, ingleses o nórdicos, no pueden estar equivocados.


He querido recalcar en el título, lo de efectos secundarios a corto plazo, porque solo hace mes y medio, que volvimos de nuestro periplo por el mundo, por lo que entenderéis, que las consecuencias a largo plazo, las desconocemos. La mayoría de los efectos secundarios vienen dados precisamente, por las virtudes que tienen las odiseas prolongadas.


El mayor de todos, es que enganchan más que cualquier tipo de droga, con lo que cuando vuelves, te sientes realmente huérfano y vacío. Llegas a pensar, que ya nunca disfrutarás de unas simples vacaciones o escapada, que no tiene ningún sentido irte tres semanas a Indonesia, para estar más de tres días volando y que lo tiene todavía menos, es estar matándote once meses, para disfrutar malamente uno, de nuestra afición de viajar.


Por supuesto que luego, está el asunto de la reintegración en la vida normal, en la que llevabas antes de partir. Para irte un año por el mundo, necesitas mentalizarte antes, dado que es una forma de luego no pasarlo demasiado mal, cuando llegan los inconvenientes (que siempre terminan apareciendo). Pero a la hora de partir, no es necesaria ninguna adaptación. Basta con superar los nervios previos a cualquier viaje y en el momento que llegas al destino, ya no piensas en otra cosa.


Pero a la vuelta, la readaptación y reintegración son duras. No tanto al trabajo en si, sino al entorno. Primero, porque te perdiste un año de todo lo que pasó aquí, que aunque no fuera mucho, ha hecho que algunas cosas cambien y después, porque no te llegas a creer que tu antes fueras, un ser como los que ahora te rodean: Agobiado por cosas banales, estresado por asuntos absurdos, haciendo una bola de nieve de cualquier tontería, frívolo a más no poder y con una vida absolutamente plana y carente de interés o emociones.


Y sobre todo, se te desatan los nervios, al volver a principios de diciembre y estar escuchando machaconamente todo el día, “que en España estamos en crisis”, mientas la gente llena sus carros hasta arriba, con las compras de navidad. Entonces, ¿qué vocablo utilizamos por ejemplo, para definir la situación de los niños que comen bocadillos de arroz blanco, en Camboya. O mejor, para los que ni siquiera comen?.


Solo estando por un tiempo prolongado en el tercer mundo, te llegas a dar cuenta de los gilipollas y patéticos que somos en occidente, donde lo tenemos todo, pero en realidad no poseemos nada, porque somos prisioneros de todas esos bienes materiales y vagamos por la vida, más que vivirla. Y aunque parezca que no, readaptarse a la gilipollez, cuesta lo suyo.


Solo estando por períodos dilatados en el tercer mundo, llegas a ser consciente –cuenta ya te das, en unas simples vacaciones-, de por qué allí los niños se pasan el día sonriendo, a pesar de no tener nada, mientras que aquí, se pasan la vida encabronados o en el psicólogo, teniéndolo todo.


Y por último, otro efecto secundario es que a la vuelta, sigues pensando, soñando, escribiendo, disfrutando del viaje. Pero eso no lo puedes compartir con los demás, porque te suelen aguantar durante un rato, pero no más, porque ellos no disfrutaron de esas emociones. Con lo que para no aislarte, tienes que hacer un enorme esfuerzo, para ser partícipe de las “conversaciones banales!, de los que en cada momento te rodean. Y eso no lo digo solo como crítica hacia ellos, sino como autocrítica hacia mi misma, porque no se puede vivir solo del pasado, por muy bonito que fuera.


EFECTOS SECUNDARIOS A LARGO PLAZO DE UN VIAJE LARGO


Prometo escribir este capítulo, dentro de un año. El único de momento, es que me esté planteando dedicarme a la cooperación, en un plazo no muy dilatado, aunque no próximo.