sábado, 6 de octubre de 2007

La mágia del último día

Seguro que son muchas las veces que habremos observado o participado en una conversación de este tipo:

-Bueno, pues ya tan solo nos quedan dos días para acabar el viaje –dice uno-.

-En realidad, solo nos queda uno, porque el último día ya no cuenta, es un rollo –responde el otro-.

Hay quien dice que perdonaría o se ahorraría gustosamente el último día de cada viaje, aquel en el que entretenemos el tiempo haciendo las últimas visitas y compras, antes de tomar el transporte que nos conducirá al aeropuerto para coger el vuelo de regreso. Yo no soy de esta opinión.

Cierto es, que tanto el primero como el último día de viaje se acaban convirtiendo siempre en jornadas maratonianas, en las que toca combinar sucesivamente diferentes medios de transporte hasta llegar al destino. Y no es menos verdad,, que este proceso se hace más llevadero cuando aún queda todo por descubrir, que cuando se están escribiendo las últimas líneas de la aventura viajera. Pero el último día de cualquier periplo por el mundo también tiene su encanto y, sobre todo a nivel sensitivo, es uno de los más intensos.

Debo confesar que sí, que yo también he pensado bastantes veces llegado ese momento, lo bonito que sería que existiera el teletransporte y que haciendo un chasquido con los dedos pudiéramos recorrer en tan solo un segundo los miles de kilómetros que nos separan de nuestra casa. Pero en seguida olvido lo que suponen las molestias de tener que coger autobuses y trenes, para sumirme en el encanto de esas últimas horas. Creo, además, que cuanto más distinto o exótico sea el país que en ese momento estamos visitando, más mágicos resultan esos últimos instantes, por el contraste que suponen.

Ese intervalo final tiene otra característica que lo diferencia de los del resto del viaje: Resulta el más extraño de todos, dado que en mi mente se mezclan un montón de sensaciones diferentes y a veces contradictorias: Las ganas de que esas últimas horas pasen deprisa para llegar a casa, las ganas de que esas últimas horas pasen despacio para disfrutar hasta el límite de cada minuto, la nostalgia por los recuerdos vividos (con la caída de alguna lagrimita incluida), la satisfacción porque el viaje ha salido de maravilla, la desesperanza de tener que pasar unas cuantas horas en aviones y trenes para llegar a casa, la esperanza de que en tan solo unos pocos meses el contador de un nuevo viaje se pondrá a cero,,,

Y el momento culminante llega cuando es la hora de coger ese taxi o transporte que nos acerca desde el centro de la ciudad al aeropuerto. Es ahí cuando se funden en una todas las sensaciones, emociones y los recuerdos de todo el viaje. Dicen que a los condenados a muerte antes de enfrentarse a la ejecución de su sentencia les pasa por delante toda la película de su vida. Algo así me ocurre a mi con la del viaje en este trayecto hasta el aeropuerto, que casi nunca suele durar más de una hora.

Hace unos días viví estas sensaciones regresando desde El Cairo y hoy mismo, aunque de forma menos intensa las he vuelto a disfrutar, justo antes del retorno desde Fuerteventura.

Escrita el 6 de diciembre de 2.006

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