sábado, 6 de octubre de 2007

Equipajemanía: Pasión y pánico en los aeropuertos

Estoy nerviosa, muy nerviosa. En 16 días cojo mi próximo vuelo y me encuentro ciertamente intranquila. Las aeronaves y todos aquellos bichos que se despegan, aunque solo sea algunos metros, del suelo, hace ya tiempo que no son mi medio de transporte favorito; pero el molesto remusguillo en el estómago y el acelerado palpitar de mi corazón no están debidos a tan aerofóbica circunstancia

Ni siquiera a otras que por si solas podrían desatar un ataque de pánico en los temperamentos más sensibles, tales como moverme por la T4 sin un GPS, que pierdan nuestras maletas en Barajas (sería la tercera vez que ocurre), volar con Iberia o que la citada compañía nos haya cambiado ya dos veces los horarios de los vuelos.

Las que realmente me aterran, son las nuevas prácticas aeroportuarias que han puesto de moda convertir a nuestros equipajes en esos oscuros objetos de deseo de unos y otros. De una parte los buenos, los defensores de la ley y el orden, se afanan, en vaciar de cosas nuestros equipajes de mano. De otra los malvados, terroristas o traficantes sin escrúpulos, se empeñan en llenar de cosas nuestras maletas. Unos vacían y otros llenan, quitan y ponen, en lo que podría ser la brillante idea de un exitoso reallity televisivo con cámaras incorporadas, sino fuera porque en el medio nos encontramos los indefensos pasajeros.

Tanto a unos como a otros, me gustaría decirles que dejen tranquilos mis bultos, que mi equipaje lo hago yo y no necesito sus sugerencias sobre lo que debo desplazar en los viajes.

Podría exponer argumentos demoledores contra las nuevas normas de control de equipajes de mano de la Unión Europea, pero me voy a morder la lengua y esperaré a vivirlas in situ en nuestro próximo desplazamiento aéreo para emitir una opinión más ajustada a su plasmación práctica.

Sobre el otro acontecimiento, el de esa peluquera española, que en su viaje de novios ha realizado un excitante tour por una prisión mejicana sin haberlo contratado, no logro siquiera intuir –ya no digo, adivinar- como hubiera reaccionado yo ante unos hechos similares. Supongo que a la sorpresa inicial, le siguen por este orden, la incredulidad, la indignación contenida por no entender nada, la frustración y el abatimiento. El hecho de vivir, en un aeropuerto internacional, como la policía te agarra y te va separando de tu acompañante, con el que pensabas volver a tu país, debe ser algo imposible de sacar del pensamiento durante el resto de una vida.

Los incidentes o situaciones de riesgo que una ha tenido que vivir en los aeropuertos, afortunadamente, no han sido demasiados y se reducen a:

-Minuciosa inspección (de un cuarto de hora, en Stansted) de un policía tras encontrar un abrelatas (del que ni nos acordábamos) en el equipaje de mano. Sin decir palabra y sin modificar en ningún momento el aspecto de su semblante, fue revisando objeto a objeto y minuciosamente todo el contenido de la mochila.

-Situación de extrema tensión –solucionada por un amable responsable de inmigración- al descubrir a pocos minutos de salir nuestro avión desde el aeropuerto de Estambul, que nos habíamos colado de forma ilegal en el país, desde Bulgaria.

-Transporte de bastante más tabaco o alcohol del permitido en algunos vuelos. Esto, que para muchos supondrá mera rutina, a mi (que disimulo tan mal) me genera los mismos nervios que si llevara armas o droga.

Volviendo al tema del detonador y las balas. ¿La eligieron a ella por algo en concreto o fue simplemente el azar, quien puso todo ese material en su equipaje?. En cualquier caso, seguro que en alguna parte del mundo, hay alguien frotándose las manos y haciendo los primeros bocetos de un sistema de seguridad que nos permita tener controlado en todo momento el interior de nuestra maleta.

Escrita el 18 de octubre de 2.006

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