miércoles, 10 de octubre de 2007

Casi los mismos que hace 18 años, cuando empezamos a viajar

No sé si es porque la edad infunde nuevos bríos, porque organizamos mejor los itinerarios y los tiempos de los viajes o porque ya me va saliendo cayo en todas las partes del cuerpo; pero el caso es que de dos o tres años a esta parte me canso menos durante los viajes que cuando incluso era bastante más joven.


Recuero hace diez o quince años que los primeros días tras salir de casa estaba matada. A mi mente le costaba cambiar el chip de la tranquilidad y armonía del hogar por el constante fluir de los acontecimientos que supone el desplazarse por cualquier parte del mundo. Y Mi cuerpo se mostraba dolorido y abatido por los rigores del pesado equipaje sobre las espaldas y el pasar del sedentarismo a caminar casi diez horas todos los días.


Recuerdo que medio en broma, siempre hacía el mismo comentario: "De este no pasa, el año que viene me voy de vacaciones a Benidorm", para acabar apostillando: "Imposible, mantener este ritmo y estas condiciones de viaje nos será imposible de aquí a cinco o diez años. Así que mejor que vayamos pensando en otra forma de viajar".


Finalmente, no nos dio por meditar sobre esa posible alternativa y, por supuesto, nunca llegamos a materializar la repetida amenaza de irnos de vacaciones a Benidorm. Nos bastó con estar –motivado por un compromiso- tres días en Peñíscola durante un puente para comprender que era mejor acabar con el cuerpo molido, que hacer vegetar nuestras miserias durante quince días o un mes en la primera línea de playa de una localidad mediterránea española (nada tengo contra quien lo hace, pero yo acabaría estresada).


Cabría pensar que nuestro menor cansancio y agotamiento se pudiera deber a un aburguesamiento de nuestras costumbres viajeras, pero echando la vista atrás, tampoco se diferencian tanto de cuando teníamos veinte años. Es verdad que ya no nos es necesario repartir una pequeña lata de paté Mina o de Sardinas en Aceite Isabel para una barra de pan entera y ahora nos podemos permitir comer caliente una o varias veces al día, aunque seguiríamos sin poner reparos si tuviéramos que estar una semana a bocadillos.


También es cierto que hemos cambiado los hoteles o pensiones de categoría económica por los de tipo medio, pero nos sigue sin importar complementarlos con el camping (lo hemos hecho en los dos últimos años) en los países donde despluman a los turistas por algo tan vital como dormir (Escocia, Suecia, Finlandia…).


Por tanto, ha habido ciertas concesiones a la comodidad (más bien, a la racionalidad), aunque no excesivas. Todo lo demás continúa igual. Seguimos evitando tomar medios de transporte siempre que se pueda ir andando a los sitios, madrugamos incluso más que antes, andamos el mismo número de horas o incluso superior, continuamos colgando pesadas mochilas sobre nuestras espaladas, dormimos -si es necesario- en incómodos coches de tren de segunda clase si con ello podemos avanzar kilómetros sin perder tiempo, pernoctamos en autobuses…


La única diferencia y está si que es palpable, consiste en que los que antes nos acompañaban o nos encontrábamos por el camino practicando este estilo de vida y de viaje tenían nuestra misma juventud y ahora vemos como cada viaje, cada año, les vamos sacando un poquito más de edad. Causa cierto impacto emocional comparar unos tiempos que no nos parecen tan lejanos con estos, en los que hemos pasado de ser los más críos de ese vagón nocturno de segunda, a ser casi los abuelos.


Tal vez ahora seamos algo anacrónicos, pero al menos ya si que tenemos claro que este será siempre nuestro estilo de viajar y quizás sea eso lo que nos diluye el cansancio. Así que Benidorm, quedará para la próxima reencarnación (como mínimo).


Escrita el 1 de febrero de 2.007

No hay comentarios: