viernes, 12 de octubre de 2007

Distintos viajes, pero las mismas sensaciones

Cada viaje tiene unas características, unos acompañantes, una duración y unos destinos diferentes, pero sin embargo, hay emociones y sensaciones que se repiten una y otra vez hasta la saciedad.

Releyendo las reflexiones viajeras antiguas en esta web, he llegado a la del día 3 de noviembre, escrita pocas horas antes de que nos marcháramos a Egipto y de ella he entresacado este párrafo:

“Al margen, me resulta casi indescriptible poder expresar en su medida los sentimientos que transitan mi cuerpo en tan señalada jornada (refiriéndome al último día): El miedo a lo desconocido, las ansias por conocer, la pereza del “quien me manda a mi meterme en esta, con lo a gusto que se está en casa tomando una cervecita al calor de la chimenea”, el estrés de repasar y repasar para no olvidar nada importante, el cariñoso “ten cuidado” o “estás un poco loca” de la familia y de los compañeros de trabajo….”

Quedan dos días para iniciar un nuevo periplo por el mundo y las sensaciones que tengo en estos momentos son exactamente las mismas que las que describía ese 3 de noviembre, sensación que se traduce en un ligero hormigueo en el estómago que acrecienta o disminuye su intensidad dependiendo de los momentos del día. Ya sé por experiencias anteriores, que ese pequeño malestar me perseguirá hasta el momento que hayamos dejado atrás unos cientos de metros la puerta de nuestra casa con el bulto a cuestas.

“No te preocupes, Eva, a todos nos pasa exactamente lo mismo antes de emprender unas vacaciones”, me comentaban esta mañana en la oficina varias personas cuando les contaba esto. Y en el fondo es normal que nos ocurra, dado que en unas pocas horas pasamos de la normalidad cotidiana a lo desconocido, a la incertidumbre, a una cultura probablemente diferente y el cuerpo y la mente se ponen alerta para enfrentarse a esa novedosa situación.

Aunque se lleve el viaje preparado casi al milímetro, ese estado emocional se hace imposible de domesticar. Hay quien incluso el día de antes llega a estados cercanos al ataque de pánico, aunque en mi caso afortunadamente las cosas no van más allá de un sentimiento de inseguridad y un moderado estado de malestar y nerviosismo. Un lexatín en el momento adecuado puede hacer las cosas mucho más llevaderas.

En el fondo, este estado lo considero como un pequeño tributo a pagar por todo lo que presumiblemente se va a disfrutar a lo largo del viaje más adelante. Y creo que su responsable máximo no es otro que la imaginación.

La imaginación es uno de los entes más maravillosos del ser humano, pero también es de los más egoístas que existen. Por un lado pide todas las libertades para si misma y poder pensar sin límites, pero luego por el contrario le gusta que todo esté atado y bien atado. No quiere dejar lugar para la improvisación o los contratiempos.

Así los días anteriores al viaje, la imaginación comienza a hacer una lenta y paulatina visualización del mismo y todo lo que encuentra son inconvenientes, incertidumbres y contratiempos. Hasta la más pequeña de las cuestiones que luego en el destino se resolverá sin la mayor dificultad, acaba generando alarma para nuestra incansable y fabuladora imaginación.

En mi caso concreto además, la imaginación sabe que juega con una carta bastante poderosa, que es mi moderado miedo a volar y así se convierte en campeona del mundo en visualización de accidentes aéreos de todas las clases y consecuencias (desconozco las razones, pero a ella le dan más “yuyu” los aviones de la ida que los de la vuelta) . Cuando fuimos a Egipto ella estaba segura de que el desastre se produciría en ese Airbus 319 de Iberia com rumbo a El Cairo. Esta mañana me ha dicho que ese avión está perfectamente a salvo hoy en día y que el que podría tener problemas serios es el Airbus 320 de Royal Jordania que tomaremos en un par de días.

Afortunadamente una vez que ha comenzado el viaje y se impone la realidad, la imaginación empieza a entender que tiene la batalla claramente perdida.

Escrita el 22 de marzo de 2.007.

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