miércoles, 10 de octubre de 2007

Los sonidos de los viajes

Las sensaciones más fuertes y los arranques más emotivos a lo largo de cualquier viaje (mucho más si este es fuera de Europa), suelen llegar de la mano del sentido de la vista, de lo que nos entra directamente por los ojos. Todo lo que penetra a lo largo y ancho de los otros cuatro sentidos, normalmente es de absorción más lenta, pero de efectos más permanentes y duraderos en nuestra memoria.

Esa tal vez, sea la razón de que nos esmeremos constantemente en hacer y en conservar álbumes de fotos y montajes de video y dediquemos menos tiempo a hacer glosarios de los sonidos, de los aromas o de los sabores de un viaje, que quedan más arraigados en nuestro cerebro.

Realmente hacer una colección o montaje de sabores sería francamente difícil, pero no ocurre lo mismo con los sonidos y los olores. En la actualidad, cualquier persona dispone de la suficiente tecnología para largarse de vacaciones y traer un buen saco de sonidos característicos de ese viaje.

Tampoco entraña ninguna dificultad comprar un producto aromático que nuestro cerebro ya haya asociado con un lugar determinado (un jabón aquí que me recuerda a esto, un perfume allá que me rememora a lo otro, una vela, especias, objetos de cuero… Pero lo hacemos con mucha menos frecuencia y meticulosidad que con nuestros recuerdos rutinarios.

En una próxima ocasión escribiré sobre aromas y viajes, pero hoy me gustaría referirme solo al capítulo de los sonidos. Muchos han sido los sonidos que han marcado mis periplos por le mundo y que todavía me evocan a ellos. Algunos muchas veces repetidos: Los del mar en una playa idílica, los de debajo de las aguas cuando se realiza alguna actividad subacuática, los de los mercados de cualquier país asiático o africano, los sonidos mudos pero muy patentes de la historia en determinados lugares que rebosan de pasado…

Otros, aunque también se han reiterado en numerosas ocasiones, nunca vuelven a evocar lo mismo que la primera vez que fueron escuchados: El despertar con el cantar del muecín desde una mezquita cercana la primera vez que se va a un país musulmán, los que se escuchan (sean cuales sean) la primera vez que viajas en pareja, los asociados con l tercen mundo e incluso con regímenes totalitarios….

Pero si entre todos, tuviera que elegir tres, los que me provocan más sensaciones, estos serían (de mayor a menor).

-El sonido del que yo llamo“Pataclán”. Ese golpe vibratorio metálico, potente, firme y seco que se escucha cada vez que un policía de aduanas estampa su aparatoso sello en nuestro pasaporte, mientras nos mira a los ojos.

-El sonido del tren cruzando una a una las traviesas de la vía (como si fueran las pedaladas de nuestro viaje). Quienes no disfrutamos de vuelos baratos en nuestra no tan lejana tierna juventud e hicimos varios Inter rails por Europa, tenemos todavía bastante presente y fresco en la mente lo que era el avanzar metro a metro con ese rítmico compás (hasta que caíamos rendidos en el asiento.

-El sonido del desierto cuando te alejas unas decenas de metros del campamento base. Nunca había pensado que el silencio más absoluto que he escuchado, tuviera tantísima sonoridad y resonancia.

Escrita el 24 de enero de 2.007

No hay comentarios: