sábado, 13 de octubre de 2007

La web cumple un año: Pasado, presente y futuro (II de III)

Al margen de esos dilemas morales, que a buen seguro se resolverán en un futuro no demasiado lejano, la mayoría de los efectos derivados de la creación y mantenimiento de este espacio viajero han sido para mi muy gratificantes y tremendamente balsámicos.

Tener una web sobre tu pasión favorita sirve de válvula de escape, de desahogo. Por un lado se convierte en una forma de poder seguir viajando (aunque de una manera algo ligth, es cierto) en los largos periodos en los que no hay viajes y por otro, permite evadirse durante un rato después de largas y agotadoras jornadas de trabajo o de aburrida desesperante cotidianidad.

Se dice –y creo que con bastante razón- que lo mejor de los viajes es contarlos y yo me he vuelto a reencontrar a mi misma, cuando desde 2.005 retomé la idea de volver a escribir relatos de nuestros periplos por el mundo, tras haber perdido esa buena costumbre durante más de una década.

Escribir relatos de viajes es agotador, porque cada vez las historias son mucho más pormenorizadas. De los cuarenta folios del principio, he pasado a escribir más de cien en aventuras como la de Oriente Medio y Egipto. Y hay que hacerlo en un breve periodo de tiempo tras la llegada, dado que si no se olvidan muchos detalles y se van diluyendo la ilusión y los efluvios del viaje, por lo que entra mucha más desidia a ponerse delante del teclado.

Pero la recompensa que se obtiene sobrepasa con creces al esfuerzo, porque durante la ruta ya vas pensando en la forma de componer el relato y de darle vida y ello aporta como gratificante premio que ya dentro del propio viaje se está reviviendo el mismo, lo que te hace disfrutar de una forma más intensa de cada instante, de cada encuentro, de cada anécdota…

Además y al fin y al cabo, un relato de viajes es una historia, la historia de quien lo escribe, de sus sentimientos, vivencias, los personajes que van apareciendo, los sucesos dulces y amrgos del mismo… Salvando las distancias, poner en circulación un relato debe ser algo parecido a traer al mundo a una criatura (aunque esto solo lo supongo, dado que de momento no he disfrutado de la maternidad).

Y también, escribir relatos me hace menos perezosa durante los éstos. Hay veces en las que estás cansada y te ahorrarías la visita al próximo destino, para sin remordimiento alguno quedarte contemplando a las musarañas en lo alto de una cama o en la arena de la playa. Pero continúas adelante, porque en tu interior surge un sentimiento de que si no vas a ese sitio, la historia del viaje quedará incompleta para siempre. Y creedme, eso es algo que una no podría personarse nunca, que siempre estaría en mi conciencia.

Lo mismo ocurre por ejemplo cuando un restaurante que piensas que merece la pena resulta demasiado caro. Quizás en algunas situaciones decidiéramos dejarlo para la próxima vez. Pero nuevamente se apodera de nosotros esa fuerza interior que sin contemplaciones grita- y con razón-, que si por unos cuantos euros vamos a dejar la historia mutilada

Y por último, escribir sobre viajes, me permitirá leerme a mi misma dentro de unos cuantos años. Veré desde la distancia todas esas vivencias del pasado. Y ardo en deseos por saber que sensaciones tendré en 2.015 -si todavía ando por este mundo- cuando relea un viaje de 2.005. Supongo que será como mirar una vieja fotografía del pasado, pero en este caso formada por palabras, líneas y párrafos. Entonces, tal vez diga aquello de: “¡¡Ay, cuánto hemos cambiado!!. Aunque no sé muy bien si para bien o para mal.

Escrita el 31 de agosto de 2.007

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