viernes, 25 de enero de 2008

Charla del turista y el emigrante

Mañana llega el día, que con tanta impaciencia a la vez que temor, estábamos esperando. Han transcurrido largos meses de preparativos y unas últimas semanas muy intensas, llenas de ‘gestiones extrañas’, que nada han tenido que ver con las que habitualmente nos impone la monotonía: Ponernos vacunas, cancelar la hipoteca de la casa, tramitar excedencias… y sobre todo, preparar una completa y minuciosa infraestructura, que necesita todo viaje largo para tratar de atar en la mayor medida posible los imprevistos.

Supongo que dentro de cinco años viendo la retrospectiva, consideraremos a esta una de las decisiones más acertadas y coherentes –de acuerdo a nuestra forma de pensar- que hayamos tomado nunca. Pero día a día y desde que nos pusimos manos a la obra con este proyecto, hemos ido notando como poco a poco nos estaba cambiando la vida, al menos en el aspecto mental y hemos ido sintiendo el suave, pero incómodo hormigueo que supone enfrentarse a una situación nueva, de cierto riesgo y con algunos componentes de peligrosidad.

“¿Y a eso le llamas tú riesgo?”, me respondió casi de inmediato y sin titubear alguien que no hacía mucho había llegado a nuestro país con objetivos muy distintos a los del ocio y el conocer mundo. “¿A ir con la profilaxis de la malaria, la cartera llena, un seguro médico a escala mundial y varias tarjetas de crédito y débito, además de dejar una casa pagada en tu tierra, le pones el calificativo de situación de peligrosidad, teniendo en cuenta que en Bolivia, Perú, India, Nepal o Camboya la gente nos tenemos que ir buscando el pan día a día?”.

“Sí, claro”, me apresuré a contestar, seguro de mis argumentos. “Pero eso a mi no me vale, porque no me cabe ninguna duda de que ustedes están hechos de otra pasta diferente, mucho más resistente y compacta que la nuestra. Y encima son más felices, más honrados y, sobre todo, mucho más humanos y solidarios”.

“Pero para nosotros, los opulentos habitantes del mundo desarrollado, supone un drama marcharnos de viaje sin saber como nos ganaremos la vida de aquí a un par de años (cuando hayamos dilapidado todas nuestras reservas) o tenernos que buscar el pan y las habichuelas diariamente por esos ‘mundos hostiles’, aunque sea con una Visa Oro entre los dientes”.

“Y no contentos con eso, todavía tenemos la insolencia y arrogancia de denominarnos a nosotros mismos aventureros o trotamundos, mientras a ustedes les llamamos buscavidas y les miramos de reojo, no sea que nos vayan a quitar la cámara. Y martirizamos a los demás con lo que entendemos como un traumático cambio de vida, consistente en sustituir el sofá de nuestra casa, por hacer de ávidos ‘exploradores’ durante un tiempo. Y claro, a ustedes si que de verdad les puede cambiar la vida cada cinco minutos…”

En esas andaba cuando el me espetó:

“¿Y como decía usted que se llamaba esa cosa tan rara que había tenido que pedir, excedencia?.

No supe que contestar.

Mañana partimos para Sudamérica sin billete de vuelta. Un beso a tod@s.

sábado, 12 de enero de 2008

Al borde del abismo

Es gratificante. Aún no me he ido y ya hay unos cuantos que me echan de menos. Y es que nunca hubiera llegado a imaginar que los que te quieren –lo que vulgarmente ahora se llama tu entorno-, se iban a poner tan cariñosos conmigo, conscientes de que casi durante un año de forma ininterrumpida, estaremos viajando por esos mundos de Dios, sin tenerlos cerca.

Apenas nos quedan dos semanas para partir hacia ese soñado viaje que nos llevará a través de unos 17 países de Sudamérica y África y tal como andan las cosas, me temo que en estos días que quedan va a haber unas cuantas despedidas de las de película de llanto. Y cuando volvamos –si es que volvemos, claro-, ya imagino el comité de bienvenida en la estación del AVE, con majorettes, fanfarrias y fuegos artificiales.

Y es que, acostumbrada a los viajes de un mes o de veinte días, en los que las despedidas se saldan con un frío beso en la mejilla y con un “Cuídate” y nadie te va a despedir o a dar la bienvenida a la vuelta, me han chocado extraordinariamente las afectuosas y calurosas manifestaciones de cariño y afecto que se reciben cuando una se va por un tiempo más dilatado. Pareciera que en la mente de quienes te rodean, se viviera la sensación de que no te van a volver a ver nunca más y que tienen que disfrutar de ti intensamente hasta el día de tu marcha.

Pero no es esto sólo lo que me ha sorprendido de las reacciones de la gente cuando le hemos ido detallando a lo largo de los últimos meses la aventura donde nos embarcábamos. Hubiera apostado gran parte de mi patrimonio a que mayoritariamente iba a escuchar frases del tipo: “Piénsatelo bien. ¿No te parece que sois un poco inconscientes?”. “Menuda locura, ¿tú estás bien de la cabeza?”. “¿Y qué vais a hacer a la vuelta si la empresa os pone pegas en el reingreso de las excedencias”. “¿No os parece que sois un poquito irresponsables?”. “Ganas tendréis de ir como mendigos por ahí”…

Pues no. La respuesta en más de un 90% de los casos –tanto la de allegados como la de los menos allegados-, ha sido más bien la contraria. Tras la primera reacción de desconcierto, la frase más repetida ha sido: “Que envidia. ¿Me puedo ir con vosotros?”. Para tras una pequeña reflexión continuar diciendo: “¡¡Ay, si no fuera por… (y ahí venía la excusa más o menos poderosa, del tipo ‘los hijos’, ‘que tengo un trabajo poco estable’, ‘que tengo a mis padres enfermos’, “que ya no tengo edad”…) me liaba la manta a la cabeza y hacía como vosotros”!!.

Y lo cierto es que entre ambos instantes, entre ese momento en que se quieren venir contigo y el que se buscan la excusa, sus rostros se llenan de felicidad solo imaginándolo.

No deja de ser normal que las personas encuentren –o se busquen- excusas para desear firmemente, pero no atreverse al final a embarcarse en un proyecto como el nuestro, porque ya solo el hecho de tomar la decisión te cambia la vida y la llena de incertidumbres, que se manifiestan con mayor fuerza cuando se va aproximando lentamente el momento de la partida y sientes el vértigo de estar justo al borde del abismo.

Cuando el avión destino a Río de Janeiro comience de aquí a no muchos días a rodar por la pista del aeropuerto de Barajas, habrá llegado nuestro simbólico momento de salto al vacío. Un vació donde, si hacemos caso a los muchos que dieron ese salto anteriormente, encontraremos una buena dosis de felicidad. ¡¡Deseadnos suerte!!.