martes, 31 de mayo de 2011

Dejar de viajar y volver a la reconfortante rutina

No hacía mucho, que habíamos completado un periplo de 25 días, por Siria, Jordania, Israel y Palestina. Corría el ya lejano día, 14 de junio de 2.007, cuando escribí una de las reflexiones viajeras más exitosas, de las casi 150, que se han publicado en este blog, desde 2.005. La prueba de que fue tan leída, es que la invadieron de basura –que, regularmente elimino- los spamers, en el área de comentarios y que, aún hoy en día, sigo recibiendo algunos correos sobre el tema y se sigue posteando algún comentario, después de cuatro años.

Me hace mucha gracia, que gran parte de esos correos y comentarios, siempre empiezan con esta coletilla, parecida a: “cada mañana al llegar a la oficina, pienso en dejarlo todo e irme por ahí, a recorrer mundo, para siempre”. Debe de ser, que a media mañana, a mediodía o por la tarde y con la dura realidad presente, ya se han olvidado de sus supuestos sueños. Y por la noche, ya no encuentran siquiera fuerzas, ni para replanteárselo.

La reflexión en cuestión, se titula: “Dejarlo todo e irme a recorrer el mundo” y se publicó en dos partes (I y II). La vida es caprichosa y a veces, solo hace falta desear las cosas, para que se cumplan (hasta, las supuestamente buenas). Después, de casi siete años, que llevábamos entonces, de anodina y desahogada actividad cotidiana, no hizo falta ni un mes, para que la vida, nos pusiera en posición de poder cumplir lo anhelado. Fue, el 11 de julio –tres años exactos antes, de que ganáramos un Mundial-, aunque me voy a ahorrar los detalles, por no venir al caso.

Como bien sabéis los asiduos de este blog, lo de dejarlo todo, lo hemos hecho solo a medias. Hemos compatibilizado, los viajes largos de meses, con periodos en casa, además de periplos de mediana y corta duración, a lo largo de casi todo el mundo, habiendo estado, más de dos años fuera, de forma discontinua.

Ahora, soy plenamente consciente, de que si hubiéramos adoptado esa drástica determinación, habríamos errado. Y lo sé, por dos razones fundamentales (habiendo alguna más): viajar es maravilloso y engancha muchísimo, pero no hay ninguna sobredosis, que no sea mala a largo plazo e inocua. Por otro lado, si fuera a gastos pagados, me daría igual, pero después de haber viajado mucho, conocer 100 países y haber vivido muchas sensaciones similares, hay cosas que ya no te compensan, teniéndolas, que pagar de tu propio bolsillo.

Lo cierto es, que nunca se está a gusto con lo que se tiene. Pero torear, por un lado y ver los toros desde la barrera, por el otro, me ha permitido tener una visión más completa y desapasionada de la realidad. Y entender –aunque sea mi filosofía habitual y mi forma de actuar-, que los extremos, no siempre son buenos.

En apenas dos semanas, afrontamos un trepidante nuevo periplo, de entre seis meses y un año, por Asia y Oceanía (esa es la idea, que luego, ya veremos donde acabamos) Vamos tan ilusionados como siempre, en busca de nuevos mundos, nuevas experiencias, nuevas culturas –cada vez, menos- y sobre todo, nuevas gentes, con lasque compartirlo todo.

Pero, cada vez son más los días, que cuando me levanto de la cama y no teniendo oficina donde ir, me viene a la mente un pensamiento: “Dejar de viajar y volver a la reconfortante rutina”. Esa vida, en la que no hay que pensar, porque el guión de cada día, ya está elaborado de antemano. Y eso, que la supervivencia económica, la tenemos garantizada –si no hay contratiempos-, por bastante tiempo