viernes, 12 de octubre de 2007

El constante proceso de colonización del inglés es más culpa nuestra que suya

En los últimos días he estado siguiendo los partidos de Rafa Nadal en Roland Garros y al margen de su calidad con la raqueta, su humildad, su generosidad y sencillez, me ha llamado gratamente la atención que todas sus comparecencias con la prensa las hace en castellano, a pesar de saber inglés.

Bien es cierto, que en la entrega de premios de ayer afirmó que espera poderse dirigir al público en francés en la edición del año que viene, pero eso es algo bien distinto. Una cosa es intentar hablar en la lengua del país organizador del torneo (en este caso, Francia), por deferencia al respetable y otra muy diferente hacerlo por sistema y estés en el lugar del planeta que estés (incluido en Montmeló) en inglés, al estilo del antipático Fernando Alonso.

No afronto esta cuestión como un asunto de orgullo patrio, sino más bien, como un intento de que cada uno pongamos nuestro granito de arena contra la colonización del inglés, que nos invade cada día más.

Nada tengo tampoco en contra de esta lengua en sí. Es muy útil conocerla para utilizarla en cualquier parte, cuando no hay posibilidad de entendernos en nuestro idioma, pero en el caso de la FIA (federación de automovilismo), la ATP (circuito de tenis) o los medios de comunicación, disponen de los suficientes traductores (que también tienen que comer, por cierto) para que los deportistas puedan hablar en su lengua materna, sean españoles, vascos o albaneses.

Todas las lenguas tienen la suficiente historia, tradición, usos y literatura para que merezcan ser respetadas y tenidas en consideración, pero de poco sirve esto si somos sus propios parlantes los que las degradamos a una segunda categoría, para optar por la todopoderosa lengua anglosajona.

Por todo esto, propongo que cuando Rafa Nadal termine su brillante carrera tenísitca, le nombren máximo responsable del Instituto Cervantes, ese organismo que se debería encargar de vigilar por la salud del castellano en el mundo, pero que hasta la fecha no ha conseguido siquiera unos resultados discretos en su labor, sino sencillamente, lamentables.

El castellano es, después del chino y el inglés, la tercera lengua en importancia en el mundo en cuanto al número de hablantes, sin embargo, queda bastante aislada –e incluso olvidada- cuando abandonamos nuestras fronteras físicas o traspasamos las que nos meten de lleno en Internet.

Es desolador ir por cualquier país de Europa y comprobar que los folletos turísticos, mapas, puntos de información informatizada o indicaciones en la calle o transportes están –generalmente- en todas las lenguas importantes del continente (inglés, francés, alemán, italiano –y hasta a veces, en portugués) y no en la nuestra. Y lo peor de todo, es que no hemos avanzado nada en los últimos veinte años.

El panorama es igual de desolador si lo que pretendemos es buscar información en castellano en la red.

¿Tan costoso o difícil sería, tanto en uno como en otro ámbito, llevar a nuestra lengua al lugar que se merece?. Y repito, no por orgullo patrio, sino sencillamente por poder dar satisfacción e información en su idioma materno a más de cuatrocientos millones de personas, que también viajan o navegan por la red

Llevamos ya años –paciencia santa que hay que tener- aguantando las mentiras y estupideces de determinado partido político, entre ellas la del "España se rompe". Pero lo que realmente se va a quebrar, como no lo cuidemos, va a ser el castellano. Y aunque mi voto para las elecciones generales ya hace tiempo que lo tengo decidido, leeré con atención los diversos programas electorales, a ver si alguno propone algo sobre el relanzamiento de nuestro idioma en el mundo. Aunque soy bastante escéptica.

Escrita el 11 de junio de 2.007

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