viernes, 12 de octubre de 2007

¡Dios mío, yo también me estoy convirtiendo en lowcostpata! (II de IV)

Pero francamente, si al vicio por el bajo coste le quitamos esos elementos competitivos y emotivos (similares a jugar al bingo o ir a la caza de gangas a El Corte Inglés el primer día de las rebajas), ese tiqui taca tipo Andrés Montes y esa sensación de estar tirando constantemente de la palanca o pulsando al botón de la tragaperras en busca del ansiado premio gordo, la cosa pierde bastante sustancia.

Hubo una época hace poco más de un lustro, en las que todos –yo incluida- comprábamos alocadamente acciones de empresas puntocom, como si se fueran a acabar al día siguiente. Bastaba con que una firma de bragueros de lana australiana u otra de fabricación de chinchetas de colores sensuales para colgar calendarios pornos se pusieran la mágica coletilla puntocom, para que empezaran a subir en bolsa como la espuma, aunque solo tuvieran que ver algo colateralmente con el mundo de la tecnología o de internet (muchas de ellas, aunque solo fuera, que disponían de un ordenador en su oficina).

Luego llegó la crisis. Unas desaparecieron tal como habían surgido, otras cayeron hasta mínimos y el resto, se apresuró a quitarse a toda velocidad el bendito puntocom y a esforzarse por gritar a diestro y siniestro, que ellos eran en realidad, una empresa de las tradicionales de toda la vida, que nada tenían que ver ni querían saber del volátil mundo de Internet.

Aunque parece que el mercado del bajo coste ya está suficientemente consolidado, al menos en el viejo continente, veo bastantes paralelismos entre aquella alocada situación puntocom y lo que es el bajo coste de ahora, con matices, por supuesto.

Cierto es –a pesar incluso de Air Madrid y de alguna otra-, que el sector parece ya no correr el riesgo de cierres masivos y sin previo aviso de compañías aéreas que se las prometían (o nos vendían ser) muy felices y que dejaron tirados, compuestos y sin su dinero a miles de pasajeros; pero también lo es que en este mundo del bajo coste, hasta para quienes dedicamos unas cuantas horas de vez en cuando a investigar lo que ocurre en lo relacionado con el sector de viajes, se nos hace muy difícil distinguir el trigo de la paja.

En cualquier caso y para dejarlo claro, estas reflexiones personales –como todas las de esta sección de la web- que estoy ahora plasmando sobre el bajo coste, no están dirigidas a resolver o debatir sobre la sempiterna polémica de si estas compañías son mejores, más o menos seguras u ofrecen mayor puntualidad que las compañías tradicionales de bandera. A mi estos temas, francamente, me aburren bastante, dado que todos casi ya somos capaces de recitar de memoria las ventajas y desventajas de las low cost.

En el capítulo de las primeras, el "supuesto" mejor precio y la no penalización de vuelos "solo ida", que deberían compensar las molestias ocasionadas por las segundas, como los peores o menor oferta de horarios, la lejanía de los aeropuertos desde donde operan (aunque en muchos casos están cambiando y ya lo hacen desde los principales), el pago de los servicios a bordo o que a veces conviertan las cabinas de pasajeros en mercadillos cubiertos, a modo de los zocos de Siria.

No tengo mucho más tiempo para seguir hoy, pero en las dos próximas reflexiones sobre este asunto y a no mucho tardar, os quiero hablar sobre una modesta investigación que he hecho en el sector de las que operan por Europa y daré mi opinión sobre las dos únicas compañías que yo considero realmente de bajo coste (basándome en mi experiencia personal o de amigos/conocidos). El resto, más que de bajo coste son de ofertas puntuales o de sutiles engaños.

Escrita el 5 de junio de 2.007

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