sábado, 13 de octubre de 2007

El encanto y la magia de los trenes nocturnos

Nunca me ha dado por hacer una suma aproximada, pero estoy segura de que si me pusiera a calcular los kilómetros que a lo largo de mi vida he hecho en ferrocarril, la cifra llega con bastante facilidad a los siete dígitos. No creo tampoco que queden más de dos o tres compañías nacionales ferroviarias europeas en las que no haya transportado mis huesos.

Aunque a decir verdad, jamás me ha apasionado el mundo de los trenes, ni he coleccionado máquinas o artilugios relacionados con el ferrocarril, aunque si guardo gratos recuerdos de aquel tren eléctrico que tuve de pequeña.

Nunca fui de esas personas que se pasaban las tardes –tengo algún amigo que sí lo hacía- en la estación de la ciudad, viendo el ir y venir de los viajeros o contemplando las salidas y las llegadas de los trenes. A decir verdad, en mi vida he visto nada gratificante, mágico o romántico en el hecho de coger un tren, ni siquiera en las rutas más emblemáticas, quizás porque siempre llevaba la maleta tan llena que mi única preocupación era arrastrarla por el andén y colocarla en el lugar destinado para los equipajes.

Nunca experimenté nada especial al ir lentamente abandonando la estación, ni sentí que el estómago se me encogiera o me diera un vuelco el corazón. Tampoco era habitual que me diera por meditar sobre lo que dejaba atrás y lo que me esperaba en destino. ¡La verdad es que hasta para eso soy “esaboría”!. ¿Por qué habrá tantas canciones de perder el último tren o tonterías similares, si al día siguiente siempre habrá otro?. ¿Por qué no perder el último barco, avión, burro o bicicleta?. ¡La creatividad anda de capa caída!.

Sin embargo si que soy una ardiente y entusiasta de los viajes en trenes nocturnos. Siempre me parecieron llenos de misterio, seducción u cierto hechizo, aunque hoy hayan perdido gran parte de su encanto, debido a que se han cambiado la mayoría de vagones de compartimentos por los de hileras de asientos (igual de incómodos que éstos, pero mucho más impersonales), donde socializarse o compartir el bocadillo de la cena y la bota de vino se hace bastante más difícil.

En aquellos apretados compartimentos de 8 asientos de la RENFE el espacio era realmente reducido, por lo que había que desplegar lo mejor de cada uno para garantizar la convivencia de ese pequeño mundo contenido en menos de diez metros cuadrados, que nos llevaba desde la estación de destino hasta la de origen a lo largo de unas cuantas horas. Hace un par de años todavía había un expreso Madrid-Barcelona de estas características abarrotado cada noche de guiris, pero no sé si a día de hoy aún sigue circulando

En los nocturnos todo era posible y la mayoría de lo que ocurría era divertido, a pesar de que a la mañana siguiente las ojeras pudieran llegar casi hasta los pies: Desde compartir increíbles historias viajeras o unas simples risas al calor de unas cervezas (a veces calientes) o de unos porritos –cuando se podía fumar en los trenes, claro- de buen hachis comprado a gente de confianza de Granada, hasta terminar haciendo el amor de forma furtiva con tu pareja e incluso con un desconocido en el servicio del extremo del vagón. ¡¡Porque que habitual de los trenes nocturnos no ha sucumbido a la tentación de tan morboso placer!!. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Escrita el 27 de septiembre de 2.007

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