martes, 26 de enero de 2010

Portugal: Siempre, en todas las etapas de mi vida

La primera vez, que viajé a Portugal –y al extranjero-, era toda una mocosa. ¡Ahora, en esta última, ya estoy hecha, toda una carcamal!. Entre ambos puntos, claro, un montón de experiencias.

Aquel bautismo viajero, fue con mis padres, unos meses antes, de que muriera Franco, en 1.975. Yo tenía, poco más de cinco años. La excursión consistió, en hacer en una jornada, el trayecto que une, Bayona con Oporto, pasando por Viana do Castelo y alguna otra población, que ya no recuerdo. Para mis progenitores, una auténtica aventura, dado que era la primera vez, que abandonaban el suelo patrio. Para mi, una vaga evocación. Supongo que ellos, compraron muchas sábanas y toallas, como era típico en la época, pero a mi, solo me viene a la mente, que trajeron para España, muchos kilos de café, alegando, que era bueno y barato (supongo, que vendría de las colonias portuguesas). Bueno. Y también recuerdo, lo mal que conducían los portugueses y que apenas había, señales de tráfico. ¡Me impresionó, como si fuera el Vietnam, que conozco hoy en día!.

Mis padres, muy implicados políticamente, en aquellos tiempos convulsos, en realidad, estaban más atraídos por la curiosidad de contemplar, la eficacia de la Revolución de los Laureles, que por cualquier otra cosa.

Tuvieron que pasar cinco años, para la segunda incursión en Portugal, esta vez, hacia Lisboa y alrededores. Mis recuerdos, en esta ocasión, están más ligados a los juegos y aventuras de infancia, que disfruté, con chavales y chavalas de mi edad. Aunque, si me vienen a la mente, estampas de la bella Sintra, el monasterio de los Jerónimos, el casino de Estoril o la inquietante Boca del Infierno. Y la más agradable sensación: El olor de esos deliciosos bollos de pan, pequeños y altos, tan típicos del país vecino, que nos zampábamos, cada mañana, con mantequilla y mermelada. ¡En nuestra aventura de este fin de semana, he tenido la suerte, de volver a disfrutarlos, con gozo y pasión!

La cosa, debió salir a gusto de todos, porque volvimos al año siguiente, aunque esta vez, al Algarve, para disfrutar, de increíbles días de playas, olas, cuevas inexploradas, calas imposibles y del juego del plato (ese que se lanzaba, como si fuera un platillo volante). Cogía camarones en las charcas de las rocas, percebes agarrados a los riscos y fantaseaba, con unas pequeñas y preciosas medusas, verdes o rojas, en forma de campana. Aquí empezó, mi afición por el snorkel, que proseguiría, dos años más tarde, en el paraíso de Cabo de Gata.

Todavía y sin Unión Europea de por medio, al cruzar las fronteras, las medidas de control eran estrictas y no resultaba infrecuente, que te abrieran el maletero, en la aduana. Es en este punto, donde entraba en acción mi padre, colocando todos los juegos de tazas de té y más artículos del estraperlo, en cajas, abajo del todo y poniendo las cosas más cochambrosas y sucias encima, para que los polis, desistieran de registrar, lo antes posible. ¡Solía funcionar!.

En 1.992, después de unos cuantos viajes, junto a una relación ya consolidada, de casi cuatro años, con la misma persona, con la que comparto mi vida ahora, quise revivir la infancia y la adolescencia y huyendo de las Olimpiadas de Barcelona y de la Expo de Sevilla, nos hicimos de camping, el Algarve, Lisboa y el norte del país, en un viaje, de sensaciones muy especiales: Nos colamos en el castillo de Sintra, entre un grupo de Japoneses; nos refugiamos en la catedral de Lisboa, de un enorme vigardo negro, que nos perseguía, con el fin atracarnos –Lisboa me pareció, entonces, una ciudad insegura- o tomábamos Sagres –cerveza local- y calimocho, tras el atardecer, en las vacías playas. Una noche, en la de Oeiras (alrededores de Lisboa), vimos desembarcar, un cargamento de marihuana

Y, como no podía haber quinto malo, decidimos abrir el programa viajero de 2.010, marchándonos a Oporto, Braga y Guimaraes. El periplo, ha resultado fantástico. Cualquiera de las tres ciudades, merece una visita a la zona. Pero lo que más me ha agradado, es encontrarme un Portugal, ordenado, trepidante, moderno, vibrante, barato…; unas ciudades magníficamente cuidadas y limpias, con amplias zonas peatonales y sobre todo, a una población muy cortés y educada. Ya no es, que no se detengan en un stop, como hace 35 años, sino que lo hacen, en los pasos de cebra o incluso, cuando no los hay, si es que te ven, apurado.

Tengo la sensación, de haber visto crecer a Portugal, en los últimos 35 años, más incluso, que a mi misma o a la propia España. Y es que de la convivencia intermitente, se saca mucho más jugo, que de la diaria.

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