domingo, 21 de noviembre de 2010

La noche madrileña hoy y hace 20 años

Llegamos a la estación de Atocha, procedentes de Valladolid. Subimos por Antón Martín hasta la plaza de Jacinto Benavente y de ahí, a Sol. Ha parado de llover. Por el ambiente callejero no se adivina, que es viernes por la noche. Llegamos a Gran Vía, algo más animada y decidimos iniciar una ronda, por lo que eran los templos de la noche, hace 20 años, en los que tantas juergas y madrugadas locas nos corrimos, cuando estudiábamos la carrera..

Llegamos a la zona de Malasaña. Grandes recuerdos de aquella época, de sitios como la Vaca Austera o la Vía Lactea –donde empecé a salir con mi chico-. Aún siguen existiendo. No sé, por el contrario, si todavía permanecen abiertos sitios como el Yasta o el La Mala Fama, propiedad del fotógrafo, Alberto García Alix y donde Almodóvar, nos copiaba el tipo de cubata y tomaba tequila con Ginger Ale. El que seguro ya no está, es el comité, que se ubicaba en la calle Silva y donde matábamos las madrugadas, hasta que nos echaban, al grito de: “¡Qué pasa. No tenéis casa?.

En aquellos tiempos, salíamos más de doce horas. Solíamos tomar la calle sobre las seis de la tarde y vagábamos por Lavapiés, tomando cañas y pinchos y a medianoche, nos íbamos a Malasaña. Lavapiés, hace ya mucho tiempo que perdió su original esencia castiza y fue cambiado completamente, por la inmigración (sobre todo árabe)

No sé si es por la hora, algo temprana, pero esta zona de Malasaña, está matada. Los bares están semi vacios y solo un par de chinitas, venden latas de cerveza y cubatas exprés, a precios tampoco muy baratos, cerca de la plaza del Dos de Mayo. También, ha desaparecido –supongo, que hace ya bastantes años-, un establecimiento donde vendían unos croissants rellenos, realmente espectaculares (sobre todo, el vegetal y el de ternera).

Decidimos, ir caminando hasta la zona de Bilbao e igualmente, está muerta. Tenemos sed y paramos a tomar un mini (litro de cerveza) en un bareto, que hay de camino. Continuamos andando y llegamos hasta Argüelles. La de tardes, que pasaríamos en sus Bajos, cuando estábamos estudiando periodismo, en la segunda mitad de lso años 80 y primeros de los noventa. Tampoco hay animación y el ambiente que contemplamos, raya más con lo macarra, que con lo placentero y relajado.

No obstante, decidimos tomarnos otro mini –ahora de calimocho, que es más baratito-. Hay ofertas en las que te sirven hasta tres, por 10 euros. Pero aún así, no son capaces de ganarse a la clientela. Sí continúa aún, el bar de enfrente, donde tantos bocadillos comimos en el pasado.

Pero, han desaparecido emblemáticos lugares, como Edurne y La Trainera, donde escuchábamos a Kortatu o a Los Toreros Muertos –entre otros- y engullíamos esa bebida tan característica, llamada butano (pacharán y granadina). También, la Calandria y la Cara B. Tampoco logramos encontrar un bar, donde servían unas tortillas con ali-oli, para chuparse los dedos, a unos precios muy razonables. No hacemos intención siquiera, de buscar los antiguos paradores, donde tomábamos enormes jarras de cerveza, de varios litros, con tapa.

Y, ¿existirá Chapandaz, donde nos tomábamos aquellas leches de pantera (leche, grosella, vodka, azúcar, canela y hielo)?. Parece que sí, porque he encontrado su web: www.chapandaz.com/

¡Cáspitas!. Casi todos nuestros antiguos templos de la marcha madrileña, han caído con la misma contundencia, que el mismísimo Imperio Romano. Entonces, ¿a que zona se ha trasladado la marcha y la juventud ahora?. No tardamos mucho en descubrirlo, en cuanto enfilamos la calle Princesa y sobre todo, cuando llegamos a la plaza de España.

El rey de la noche madrileña es, hoy en día, el botellón. Sobre todo, en la mencionada plaza, donde se reúnen numerosos grupos, que en círculo, rodean de pie a las bolsas de bebidas, compradas en el supermercado o en la tienda de chinos, que han colocado en el suelo. La policía vigila de cerca, aunque no interviene (al menos, si no hay problemas). Los que beben, lo hacen tranquilamente, sin exaltarse o provocar follón. Al menos, a estas horas.

Pero, cualquier sitio de la calle es bueno para improvisar un botellón. Junto a un portal de una casa, mismamente. Se sacan los cachivaches y ¡a privar! (no sé si hoy en día, se utilizará ese verbo o me he quedado demasiado anticuada)!. Como, donde fueres, haz lo que vieres, nos apuntamos también al club del alpiste y nos tomamos una botella de vino, que habíamos comprado en Ávila. La chicas en Madrid, visten mucho mejor que en el resto de España. Hoy, predominan las minifaldas, con leotardos y botas.

Las formas de abastecerse de estos jóvenes –aunque, hay bastante gente, que ya ronda los treinta e incluso más- son bien en los supermercados, antes de que los cierren, en las tiendas de los chinos –el peregrinar por la Gran Vía, de bolsas de plástico blancas con bebida es constante- o a través de la venta itinerante, de ciudadanas de la misa nacionalidad, que venden latas de cerveza a un euro o te preparan cubatas al instante, con hielo y todo (nada baratos, por cierto).

Nosotros somos animales de botellón, pero este panorama, nos da un poco de pena. Y es que, no dejamos de estar a finales de octubre y en Madrid, ya comienza a hacer algo de frío, para estar bebiendo por la calle. En nuestro caso, tuvimos una juventud más confortable, al calor de los bares, la música de la movida madrileña, los conciertos, los efluvios del alcohol y algún porrito de vez en cuando, de relajante chocolate, traído del sur por gente de confianza.

A partir de la una de la madrugada es mucha la gente, qque comienza a ir muy pasada de rosca. Algunos, se tornan bastante agresivos e incluso, nos cruzamos con un grupito, donde a una chica –llamada Laura-, dos amigos entre risas, la están llamando puta, con todas las letras, mientras ella, sin reprenderlos y aguantando el tipo, capea el temporal. ¡Ten amigos para esto!.

Nos sentamos un rato –no muy largo, porque el frío aprieta-, en uno de los teatros de Gran Vía, a tomar una lata de cerveza. Esta calle ha vuelto a cambiar. Se le ha añadido iluminación y por aquí ha dejado de pulular, lo peor de casa. En la calle Montera, sin embargo y a pesar de haber sido peatonalizada, aún sigue habiendo pilinguis, sobre todo, de los países del este.

Hasta el Vips ha cambiado su estructura y sus alargadas estanterías, ahora se presentan en forma de isla. Eso sí, siguen teniendo gran presencia los libros. Ya van 1.500.000 copias vendidas de uno, con un exitoso método para adelgazar.

Pero, en lo que más se notan los cambios, es en que vemos pasar, en ambas direcciones, 14 taxis vacíos, en el intervalo de un minuto de reloj. Eso, hace 20 años, hubiera sido imposible, un viernes por la noche, como es hoy, en los que había tortas, para disputarse cada vehículo, para moverse a otra zona, para seguir de marcha o para retornar a casa.

Seguimos por la calle Arenal. Hay más gente bebiendo en la calle, que en los locales. La culpa de todo, la tienen los hosteleros, que quisieron matar a la gallina de los huevos de oro. No se puede cobrar por las copas, lo que nos obligan a pagar. Ni tampoco, por los cafés. En Italia, por un euro, te dan un café y un corneto y aquí, solo el café, se te va a 1,20, en bastantes sitios. Aunque, en la puerta de Joy Eslava, si se respira ambiente. La plaza de la ópera, en estado de infinitas y molestas obras, está hecha un asco.

Volvemos a Malasaña, donde tomamos una copa, en un garito a medio gas. Son más de las tres de la mañana y la cosa, no se ha revitalizado. Tranquilamente, nos bajamos andando hasta la estación de Atocha. Hace algo de frío, aunque afortunadamente, no vuelve a llover –á cántaros-, hasta que no hemos llegado. Tenemos que esperar media hora, hasta que a la abran (cierra desde la una de la madrugada, hasta las cinco). No somos los únicos. El aire se impregna de olor a mojado y a los bollos horneados, en las cafeterías del interior de la terminal y en las panaderías cercanas. Nos entra hambre y caemos en la cuenta, de que con tanto beber, ni siquiera hemos cenado. ¡Porca miseria!.

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