Para ser tertuliano de radio o televisión no es necesario acreditar titulación alguna, ni haber concurrido y superado con éxito un examen sobre cuestiones de actualidad, economía, tribunales o relaciones internacionales. Tampoco se requiere siquiera tener pensamientos brillantes u opiniones coherentes. Basta, sencillamente, con saber defender con garra, tenacidad y energía delante de un micrófono las ideas de una de las corrientes políticas imperantes que interesen al medio que le da trabajo.
Y no es que a mi me parezca mal esto, dado que de bien nacidos es ser agradecidos y no hay mejor forma de demostrarlo que difundir las ideas e intereses de quien nos da de comer. Todos lo hacemos con nuestra empresa y peor será para quien no ponga este sencillo mecanismo de supervivencia en práctica.
Lo que si cabría sin embargo pedir a los tertulianos, puesto que sus postulados contribuyen a la formación de la opinión de la ciudadanía, es que cumplieran escrupulosamente unas premisas básicas, tales como:
-Que dedicaran algún tiempo al estudio de los temas sobre los que van a opinar, con el fin de no dar datos incorrectos o inciertos.
-Que no es necesario que opinen absolutamente sobre todo. Los radioyentes y telespectadores somos comprensivos y sabemos que ningún ser humano sobre la tierra domina todas las parcelas del conocimiento.
-Que viajen, porque para dar opiniones sobre el contexto internacional, resulta una arma bastante ventajosa. Y de paso, nos ahorraríamos escuchar algunas de las barbaridades que venimos oyendo en los últimos tiempos.
Pecata minuta es que ayer un tertuliano de una emisora de radio dijera, tras conocerse la muerte de dos soldados en Kosovo en accidente de tráfico: “Es que todas las carreteras de la ex Yugoslavia están destrozadas”, demostrando así que no ha estado por esa zona del planeta en su vida.
Pero a lo que si quería dar una mayor trascendencia –porque la tiene- es a la desinformación que han mostrado la mayoría de tertulianos (y políticos también) sobre el asunto del pañuelo islámico (hijab), a raíz de que se haya puesto de moda el tema por la prohibición de llevarlo en algunas escuelas.
Sin encomendarse ni a Dios –o a Alá- ni al diablo, se han liado la manta a la cabeza confundiendo el hijab con el velo, el chador o el burka, metiéndolos todos en el mismo saco y –a veces- asemejando los términos. Basta con darse una vuelta por la red, o mejor, viajar a unos cuantos países musulmanes, para ver que hablamos de cosas muy diferentes y no comparables.
Se han referido además a la simbología religiosa del hijab –que es cierta-, pero no han hablado de su significado cultural o estético. Hay mujeres musulmanas progresistas que llevan el hijab exclusivamente por motivos culturales y otras que lo hacen como simple ornamento estético, como si de unos pendientes o una diadema se tratara (cosa que también hace por cierto una amiga mía, que nada tiene que ver con la religión musulmana).
No entiendo además muy bien, que diferencia supone para el estatus de la mujer llevar un pañuelo en la cabeza y que no supone anudárselo al cuello. Y puestos a elegir, a decir verdad, me parece más estético el uso del hijab en la cabeza que llenarse el cuerpo de perforaciones y piercings.
No comprendo tampoco, porque nadie se metió con nuestras abuelas cuando se ponían el pañuelo sobre su pelo o como no se habla también de la discriminación a la que son sometidas las monjas, por llevar su cabello cubierto.
Pero lo que realmente se convierte en un despropósito, es que se impida a una niña ir a clase por llevar el hijab. Más que nada, porque se está impidiendo a esa criatura poder adquirir la cultura y la formación suficiente para poder decidir si quiere seguir llevándolo puesto en el futuro.
Lo peor de la ignorancia no es que sea osada, sino las pocas ganas que tiene de aprender.